- Examinar el armario con calma. Hay que preguntarse sinceramente qué prendas se necesitan, procurando ser objetivo y distinguir entre requerimientos reales y deseos.
- Establecer un presupuesto teniendo en cuenta los ingresos y gastos fijos mensuales. No hay que comprar sin saber, previamente, hasta dónde se puede llegar.
- Hacer una lista servirá para evitar olvidos pero también como ayuda para no dejarse arrastrar por el impulso. Hay que revidar siempre el etiquetado de las prendas y recabar la información necesaria del vendedor. Conviene preguntarse cada vez si la prenda gusta realmente, si mejora el conjunto del guardarropa y si armoniza con uno mismo.
- No comprar compulsivamente. No conviene ir de compras cuando se está muy desanimado o ansioso; mejor recordar que adquirir más ropa de la cuenta solo relaja a corto plazo e implica una pérdida de dinero y energía. Quien sienta un ansia irrefrenable por salir a comprar, puede decidir, simplemente, esperar una hora antes de hacerlo, reevaluando la situación y su deseo transcurrido ese periodo. Si se decide comprar, hay que reflexionar sobre las ventajas y los inconvenientes de la prenda en cuestión.
- Ser consciente de los valores que guían las elecciones personales y reflexionar sobre ellos: comodidad, discreción, moda, trasgresión, funcionalidad, mostrar estatus, mantenerse en el propio nivel socioeconómico, destacar, tipo o calidad del tejido, precio…
- No competir ni con uno mismo ni con nadie. Se debe dar a la imagen externa el lugar que se merece y no más. Las obsesiones indican que algo no funciona.
- Ser flexible. La imagen no tiene por qué ser rígida. Vestirse un día de forma distinta permite ganar desenvoltura y amplitud de miras.
Abandonamos nuestros sueños por miedo a poder fracasar o, peor aún, por miedo a poder triunfar.
¿Somos esclavos de la imagen? 7 claves para no perder el norte
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